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¿Cómo nuestra sociedad occidental perdió el norte?

El terreno para la ilustración lo siembra la burguesía. El antiguo régimen distingue al noble y al campesino básicamente por el carácter de guerrero en el primero. Como tal, el noble es noble porque pelea y defiende algo valioso, como la gente o las creencias de su tierra. En tanto noble, es dueño de la tierra y la representa, pues protege su cultura a través de su gente. El campesino, por otro lado, es libre. Es parte de la tierra y dueño de una parte de ella, mientras la otra parte corresponde a su señor.

El burgués cambia esta lógica en su genética. En principio tiene riqueza, pero no títulos ni valor personal como lo tiene el noble. La riqueza vuelve avaros a los reyes, quienes por ambición se corrompen y “venden” los títulos de las ciudades en que habitaban los burgueses, independizándolos de su señor sin ser guerreros, sino comerciantes. Los nobles, por su parte, caen en el mismo vicio, pues viéndose empobrecidos deciden casarse con burgueses para volver a tener la riqueza de antaño.

Luego, el valor del hombre deja de ser literalmente su valor como guerrero y protector. El valor ahora es económico. La corrupción de la nobleza se propaga en la vida frívola cortesana mientras que poco a poco la riqueza se va volviendo el valor supremo. El guerrero noble que protegía la tierra con honor ahora es reemplazado por el mercenario, cuyo bando es el de quien pague mejor. Respecto del mundo espiritual, así como los burgueses compraron la independencia respecto de sus señores feudales, así los feligreses compraron también su perdón a través de las indulgencias, corrupción espiritual que terminó en el cisma luterano. Poco a poco, la nobleza perdió su valor de guerrero y la iglesia su valor de espiritual, siendo ambos medidos ahora literalmente “con la misma moneda”. La riqueza marca el valor de las cosas y solo se puede medir aquello material.

La corrupción del antiguo régimen exige al hombre moderno a crear algo nuevo. “Igualdad”, pues el noble ya no es mejor que el campesino. “Libertad”, libre de los viejos dogmas que se vieron corrompidos y que limitaban al hombre en su capacidad de razonar. El auge de la razón se vuelve unilateral, tomando el rol de responder las eternas dudas existenciales que antes apaciguaba religión. Lo “antiguo”, al corromperse, se pierde de vista. La monarquía comienza a oler a tiranía al solo pronunciarse; la religión huele también a manipulación y limitación. El valor humano espiritual, la verdadera nobleza de espíritu basada en luchar por proteger a tu siervo, simplemente desaparece. Aparece irrefrenablemente el “nuevo” régimen como la estocada final de la razón sobre la espiritualidad. No se recupera la virtud que alguna vez tuvo lo antiguo. Muere completo. Muere el espíritu, muere el valor cristiano, muere la nobleza guerrera. Muere Dios, parafraseando al filósofo a mi modo de entender.

De la mano de la razón y como bastión del nuevo régimen nace la ilustración como un cáncer espiritual que endiosa a la razón y la materia por sobre todo lo demás. De estos padres nace el utilitarismo como una obviedad, filtrándose en el espíritu de la época como un bien indiscutible. Incluso hoy, ¿quién dudaría de que algo sea bueno si trae beneficio? Beneficio que es medido con lo más valioso: la moneda. Pero desde el lado espiritual del europeo moderno, proyectado como una sombra a la luz del racionalismo unilateral, crecen y se arraigan con fanatismo los ideales ilustrados. Las persecuciones religiosas son ahora persecuciones políticas a los opositores del nuevo régimen. Estalla con euforia la revolución que enarbola la bandera ilustrada, material y secular. En todo el mundo occidental, incluída América, estalla con gloria el ideal racional. Se desea.

Con Napoleón nacen y se materializan las primeras consecuencias mundiales de “lo ilustrado”. Hasta el momento, puede resultar difícil entender de donde viene tanto repudio a lo racional más allá de una mera cuestión ideólógica. Pero aquí los argumentos, entre los cuales creo que el más devastador fue el concepto de Guerra Total. Este término, en simple, significa que la guerra es entre países, no entre ejércitos. Esto implica que el enemigo no son solo los combatientes, sino todo el país incluidos los civiles. De ahí que sea justificado acabar con una ciudad completa para ganar la “guerra”, puesto que ganar la guerra es lo que traerá mayor utilidad. El mayor beneficio. Cuando este ideal se cruza con la tecnología militar de más adelante, la guerra incorpora el bombardeo aéreo de ciudades y culmina con las bombas atómicas de la segunda guerra, que comparadas con las armas nucleares actuales son meros petardos y cuya sola existencia es un atentado a la racionalidad, o locura dicho sin más rodeos.

El “valor” militar nunca vuelve a tener el que tuvo en la edad media. En ese entonces ya se discutía sobre el honor cuestionable del arco y flechas, ni hablar del honor de la ballesta que con un mínimo de práctica te volvía alguien letal para un hombre que ha practicado toda la vida con la espada. Aunque todo eso es al menos debatible, pues para mí el valor del soldado es igual al del guerrero medieval, lo que sí es un hecho es cómo cambia la posición del general en el campo de batalla. Antiguamente, los reyes iban al frente del ejército, en primera línea y portando una espada. Ahora, el general está a kilómetros de la batalla portando un teléfono. El general literalmente, desde la mirada utilitaria, vale más vidas, pues de él depende la victoria. Sin duda vale más que un soldado. Es su inteligencia la que importa puesto que es útil; si considera a los soldados como meras piezas de un tablero o como seres humanos ya es una cuestión personal y nada tienen que ver con la guerra. Por otro lado, me cuesta pensar en un rey arriesgando su vida en primera línea junto a otros guerreros que no cofraternice con sus hombres. En el caso del rey, sus guerreros tienen valor como personas, no utilitario.

El guerrero moderno es un “soldado”, un obrero de la guerra que recibe un sueldo. Ya no tiene en recompensa el honor de representar la tierra como su señor, pues la tierra tiene dueños. Son compradas. El soldado pelea por las tierras de otro cuyo valor se basa en la riqueza acumulada, independientemente de su “areté” o valor personal como le llamaban los antiguos griegos. Ni tampoco su caballerosidad en el sentido medieval.

La pérdida del valor de lo que se consideraba sagrado, el mito, la cultura, lo religioso, se hace presente en el tipo de conquista. El punto se explica mencionando, por ejemplo, cómo Julio Cesar llevaba cual antropólogo practicamente lo que sería un diario de notas etnográficas al invadir la Galia, pese a que las considerara barbáricas. De la conquista de Alejandro Magno fue creada la biblioteca de Alejandría. La cultura era un tesoro, sea propia o ajena. El cristianismo misionero educaba desde el sicretismo. Incluso en la conquista española de América, lejos de menospreciar la cultura descubierta, los conquistadores buscaban por esposas a las mujeres de mayor rango social, lo que evidencia el aprecio que tenían por estas culturas. Las victorias aplastantes que tuvieron, las traiciones, la ambición, a mi modo de ver, no avalan el argumento racista del español sobre el inca o el azteca.

La conquista ilustrada, por otro lado, es muy diferente y tiene una impronta muy clara. Aunque el opositor no siguió siendo burdamente guillotinado como en sus inicios, realmente no se le veía un valor humano. Por crudo que suene: el nativo no tiene valor humano, no es un “igual”. Solo en Chile, las tribus onas que habían sobrevivido a toda la conquista española, se vieron de pronto con que sus manos y orejas tenían precio, cobradas por verdaderas partidas de caza de europeos extranjeros. Genocidio justificado por conflictos territoriales económicos a mitad del siglo XIX. Las guerras contra los indios norteamericanos por parte de Estados Unidos también ilustra el ideal del nuevo régimen. El concepto de guerra total aquí se aplicó con la estrategia del exterminio del búfalo como medio para acabar definitivamente con los sioux, ya que obtenían todo de este animal. La misma esclavitud expresa fuertemente la visión ilustrada del hombre; ya no se es esclavo por ser un prisionero capturado en batalla, como hacían los griegos. Se es esclavo por el color de la piel, independiente del mérito. Es la expresión pura del materialismo ausente de valor o de espíritu.

La corrupción y el fin del Antiguo Régimen, la muerte del Rey, solo hace sentido desde una mirada ilustrada y de una nobleza corrupta. El verdadero valor de la nobleza ha quedado impregnado en el inconsciente colectivo y ha asumido el mismo valor que la mitología. Arquetipos de la personalidad, recuerdos que solo tienen realidad como fantasías o cuentos de niños. Caballeros, dragones y princesas. En la negación del valor espiritual de esta época, la psique ha rescatado lo bueno que representaba y la ha archivado en su memoria. Pues aunque es un error pensar en esta época “en color de rosas”, tampoco deben negarse sus virtudes como la visión de ser humano, dotado de un alma, medido y recompensado al menos según su mérito en la guerra. Lo que debe entenderse como la responsabilidad que tenía el noble de defender y pelear por su gente. De ahí su valor y privilegio. Pues si mis actuales dirigentes políticos estuviesen arriesgando su vida por defenderme a mí y a mi familia, no discutiría los privilegios que actualmente gozan y tal vez ni siquiera de lo que se roban.

La muerte del rey es la muerte del valor de la cultura, de lo espiritual, la muerte de Dios y el alma por la estocada ilustrada, material y unilateralmente racionalista. El bien pasó a ser lo útil, donde todo, sea persona o cultura, es medio para un fin “util”. ¿Qué es lo útil? Lo que define el Gran Dueño que es útil. Primero lo que consideró útil Napoleón y desde entonces cualquier gran líder, donde la megalomanía y la inflación psicológica es simple consecuencia natural de la historia como hemos decidido conducirla. Así veo el espíritu de esta época. No es fatal. Solo evidencia aquello que hemos perdido hace casi un siglo y medio: el alma. Tenemos la tarea de desenterrarla algún día del inconsciente colectivo, pues sigue viviendo en el sueño, el arte y la fantasía. Recuperar el alma y ver el verdadero valor de las cosas. Y hoy es el mejor momento para comenzar a hacerlo, pues nunca se había necesitado tanto.