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Horror cósmico: espíritu de nuestros tiempos

Horror cósmico: espíritu de nuestros tiempos

H. P. Lovecraft representa aspectos profundos y sombríos de la época actual. Aún no logramos darle un nombre adecuado. Ni posmoderna, ni líquida, ni del cansancio reflejan su espíritu. No obstante, Lovecraft sufrió individualmente la sombra colectiva de este tiempo. Algunos de estos padeceres los inferimos de su historia y otros de sus obras. Pero todos ellos quedan englobados en su género: el horror cósmico. Definirlo es definir nuestro cáncer. Definir es darle forma a algo desconocido. Lo que tiene forma puede ser controlado, en alguna medida, por la conciencia. Esto genera placer. Y al mundo le fascina el horror cósmico.

Creo que Lovecraft representa a una minoría social que sigue invisible. Su padre murió trágicamente, poseso por la locura a raíz de la sífilis. Su madre, patológicamente absorbente y sobreprotectora, lo vestía de niña y le decía que era feo. No sería aventurarse demasiado al decir que estaba acomplejado por su apariencia o por su cuerpo de salud endeble.

Carente de afecto físico e incapaz de adaptarse al entorno social, cultivó una vida introvertida y sobrecompensó su soledad con sentimientos de superioridad, en su capacidad para explorar los misterios de la existencia, como “soñador experto”, y en su xenofobia. Es cierto que venía de una genealogía aristocrática de los Philipps de Nueva Inglaterra, de una época en que el racismo era algo normal. Tal vez estar alienado a los nuevos tiempos no amplió su mirada en este tema. Yo pienso que fue su respuesta defensiva a sentirse inferior por su falta de afecto familiar y social.

En todo caso, Lovecraft fue un introvertido, físicamente debilitado, intelectualmente brillante, socialmente no reconocido salvo por escasas amistades y un amor lejano que llegaron por goteo a su vida. En resumen, Lovecraft representa a un tipo de “nerd”, más débil o aislado. Actualmente, La llamada de Cthulhu representa el tercer juego de rol más popular del mercado. Disgregándome un poco, el juego más popular es Dungeons and Dragons, cuyo mundo se asemeja a la fantasía heroica. Robert Howard, amigo de Lovecraft y creador de Conan el bárbaro, era introvertido, pero grande, fuerte y hacía boxeo. Howard, a la luz de Conan, representa a un nerd más fuerte físicamente, pero igualmente acomplejado, suicidándose a los 30 años.

Desde la vereda del introvertido, las maravillas y luces de nuestro tiempo no lo ciegan a ver una realidad subyacente. Lovecraft se crio en el periodo entre guerras. Sus pesadillas y horrores el mundo los vivió durante y después de su vida. Su xenofobia no solo representa su época, sino el problema del hombre actual. De las sociedades actuales. No solo racistas, sino también de clase. El migrante, el pobre, son vistos en menos. Lo que mostramos socialmente puede parecer correcto, pero es una mentira. Yo me pregunto si esa falsedad social, disfrazada de altitud moral, no es Nyarlatotep, el caos que repta oculto en sus mil máscaras de faraones, reyes y magnates corporativos.

El horror cósmico es la muerte de Dios, pero no de los dioses. Dios es una intimidad dentro del alma humana que nos guía hacia un lugar ontológicamente bueno y lleno de sentido. De desapego material y de amor por el prójimo. Los dioses, por otro lado, son fuerzas psíquicas, múltiples y anteriores al hombre. Al perder a Dios, el hombre actual lo busca en la materia finita y temporal. Lo busca en las estrellas, en el tiempo geológico, en un espacio y un tiempo cuyo cerebro es incapaz de comprender. Sin Dios, el asombro metafísico por ese orden subyacente a la creación es horror cósmico. Es Azathoth, la forma en que simbolizó un mundo sin Dios. En medio del universo, un vacío idiota e ingente, cuya armonía son cacofónicos sonidos de flautas malditas.

La intuición del sinsentido en su obra es el germen que comienza desde la ilustración. No se ha extinguido, ni la época contemporánea, ni en la posmodernidad o como quiera llamársela. El problema del bien y el mal quedan resueltos porque no existen. Tampoco un alma que se realice a sí misma: sus protagonistas comienzan y terminan sus relatos igual. Su único mérito es transmitir al lector una verdad: el sentido que podemos estar atribuyendo al mundo, en realidad no es tal. La razón que ordena la existencia, en realidad es ceguera de los verdaderos poderes que la habitan.

Mientras debatimos si el hombre provino de la evolución del mono o fue creado por Dios, nos cuenta que en realidad la vida provino de shoggots protoplásmicos, creados por una raza alienígena que habitó el mundo en el precámbrico para utilizarlos como esclavos. Cuando pensamos en el destino del mundo y del hombre, nos recuerda que la humanidad solo ha vivido en un fugaz pestañeo de tiempo. Cuando los otros dioses despierten, simplemente dejaremos de existir. En el vacío, “incluso la muerte puede morir”.

Lovecraft murió de cáncer el año 1937. Mientras los norteamericanos segregaban a Japón por racismo, ellos acumulaban resentimiento contra Estados Unidos; en Alemania, tras el injusto trato después de la primera guerra, gestaba en su interior un sentimiento de superioridad racial compensatorio. Estalló la segunda guerra; judíos y polacos entre otros eran concentrados en campos de exterminio; Estados Unidos arrojaba una bomba experimental cuyos efectos destructivos, teóricamente, pudieron haber sido mundiales. La radiación provocó durante décadas que miles de personas murieran por cáncer. Y luego de volver a vilipendiar a Alemania, los ganadores en oriente crearon los gulags y en occidente crearon más bombas que, en comparación, dejan como meros petardos a las que lanzaron en Japón.

Para mí, todo esto es el simbolismo de Cthulhu. El sumo sacerdote de Azatoth, que yace dormido enviando pesadillas a los hombres, hasta que sea el momento de despertar y los hombres aprendan de él nuevas formas de exterminarse. No por maldad ni crueldad deliberada, sino en frío. Porque es lo que toca, nada más. Cthulhu no enseña creativas formas de tortura ni se place de provocar el dolor. Al menos, no más del que pueda sentir una ameba fagocitando a otro organismo más pequeño.

Que no nos engañe mirar el siglo XX como la época mala que quedó atrás, y de la que hemos aprendido a crecer como humanidad. Las nuevas formas de exterminarnos han cambiado y se han perfeccionado. Nyarlatotep aprendió lo inestable que es concentrar el poder en un único individuo. El mundo ya no es un ajedrez: el enemigo ya no cae derrotado al perder al rey. El tumor no está focalizado en una sola figura, sino que está en todo el cuerpo.

Desde la perspectiva del horror cósmico, aún vivimos en un momento del relato donde no entendemos qué pasa, pero sabemos que algo no está bien y que terminará mal. Si tenemos afinidad al género, sabemos que tarde o temprano sobrevendrá un final inesperado.

El dolor de Lovecraft, del introvertido, nerd, es el vacío existencial. El aislamiento social, la depresión que viene de perder el sentido y de entender demasiado bien la realidad. El conocimiento tiene un peso anímico que nos puede mostrar una verdad demasiado dolorosa. Saber que algo ocurrirá, pero no saber qué es y estar solos para enfrentarlo, es horrible.

Lovecraft es como un profeta de nuestro tiempo. Necesitamos el horror cósmico para dimensionar la locura a la que nos ha llevado la razón, incapaz de nominar aquello que de verdad nos aterra y negamos fervientemente. Es una fuerza tan intensa que la gente quiere creer en su literalidad. Comenzó con el cuento del Necronomicón que, de tan citado, se hizo “verdadero” para muchas personas. También fenómenos sincrónicos como el “blop”, que los micrófonos detectores de torpederos detectaron en coordenadas casi exactas a donde Lovecraft ubica la ciudad hundida de R’lyel.

Este ensayo no pretende deprimir al lector, sino homenajear a HPL como representante de la minoría introvertida que ve el mundo detrás de sus luces de neón y que sufre de su conocimiento y de su aislamiento. De ser incomprendido. Él mismo halló refugio en el mundo del sueño; aunque no era un mundo ajeno a los otros dioses, encontraba en él centellas de sentido. Todos podemos buscar en nuestros desvanes la llave de plata que abre las puertas del tiempo, la imaginación y el sueño. El riesgo de perdernos allí es tan cierto como en la realidad, pero en el sueño podemos encontrar el sentido de nosotros mismos en la realidad.

Solo el conocimiento del horror nos protege de él. Quizá como hizo el propio abuelo de Lovecraft, con su enorme biblioteca en su antigua casona, o como hiciera el profesor Armitage, que sobrevivió física y mentalmente al enfrentamiento contra el Horror de Dunwich.